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AL OTRO LADO DEL ESPEJO por Hermes Hernández

En mi segundo mes en el Juan Ramón , cuando se me propuso formar parte de la unidad de Salud Mental, lejos de asustarme como algunos de mis compañeros y rechazarlo, me excitó la idea. Siempre me ha gustado la psicología y el estudio y comportamiento del ser humano. La mente, al igual que las matemáticas, está formada por miles de complejas variaciones y permutaciones, pero a diferencia de estas, en la mente no son exactas, siempre van a depender como diría el filósofo, “del individuo y sus circunstancias”.

Aquella primera mañana, al cerrar tras de mi y fechar con la llave que me habían proporcionado (siempre había que asegurarse de dejar puerta tras puerta bien cerrada, hasta la de sus cuartos de aseos) en la primera de las entradas que separaba “el mundo de los cuerdos” del de los “enfermos mentales” admito que durante el recorrido por el largo y oscuro pasillo hasta la segunda de las puertas de acceso se me hizo interminable. Me sentí como Alicia al caer por aquel hueco del árbol: con impaciente curiosidad, pero con angustia hacia lo desconocido.

Al abrir la segunda puerta y cerrarla, todo parecía estar en calma y silencio. No eran aún las 8 de la mañana y parecía que todos estaban dormidos. Avancé por el pasillo de la segunda puerta y busqué la sala de control donde se supone estarían mis compañeros esperando el cambio del turno de la noche. Al girar al final del segundo pasillo ya noté tras de mi alguna que otra presencia, enseguida se unieron otras y al aproximarme al mostrador ya contaba hasta 6 invitados a mi alrededor, ya sí pude verles en la luz. Era un grupo de chicos jóvenes de no más de 20 a 25 años. Al principio todo fue un interrogatorio (giré rápido tras el mostrador buscando la inmunidad y pensando que al escuchar voces algún compañero saldría al rescate) Pero cuando volví a mirarles y les observé mejor todos vestiditos con sus pijamas azules de la S.S, sus carillas expectantes, algunos con ojos sonrientes, otros hundidos y abatidos por el insomnio propio de los que no encuentran la paz, o por el sopor de los tranquilizantes. Los últimos en aparecer empujaban para ponerse en primera fila y preguntar: ¿Quién eres? ¿Qué haces aquí? ¿Cómo te llamas? ¿Eres la nueva doctora? Otros decían: qué pelo más lindo tienes, qué guapa, dinos algo! Entonces como por impulso entendí que aquello necesitaba de respuestas tanto en mi actitud como a lo que verbalmente se refiere. Tenían razón, yo era una intrusa y debía aclarar mi situación allí inmediatamente. “Me llamo María” (les dije omitiendo mi segundo nombre, así resultaría más sencillo y rápido) Soy celadora y voy a estar por aquí algún tiempo. Para empezar ya que estoy detrás de la barra, ¿queréis que os sirva algo? Dije bromeando.

Pues sí, yo quiero fumar, dijo uno, Yo el desayuno!, Mi movil! ¿ Puedes ponerlo a cargar? Mis pastillas ya es la hora!! Un compañero salió de la sala y les dijo: Tened paciencia estamos en el cambio de turno, iros a vuestra habitación, ya sabéis que hasta y media no! pesados,,, Y así empezó todo,,,,

Cuando estábamos todos los de ese turno, el enfermero supervisor procedió a leer el acta del turno anterior: se notifica la categoría del enfermo, el-la doctora que lo lleva, su cuadro psicótico, las causas de su internamiento, los progresos o evoluciones, el comportamiento, si duerme, si come, si bebe, las veces que orina, la cantidad de visitas que recibe y su comportamiento durante y después de ellas,,, Día tras día desde el principio, se repite esta parafernalia con cada paciente. Así, cualquiera de nosotros puede estar al tanto de sus necesidades, del perfil y de los cambios de cada uno de ellos. También se nos informa del entorno y circunstancias familiares, sus manías, tics, roles, o vicios, en el caso de tenerlos. Una carta de presentación bien exhaustiva. A cambio de estudiarlos y tratarlos se les permite campar libremente por todas las instalaciones, utilizar sus salones de recreo a determinadas horas, el patio central que es precioso y hace las veces de parque, con un equipo musical donde escogen la música ellos mismos. Tienen su salón de pin-pon y una gran sala para sus actividades lúdico-recreativas que a media mañana realizan. Se les pasa un menú para el siguiente día y que ellos escojan la comida que prefieren. Es como una comunidad interactiva donde se les permite ser libres dentro de sus propias acepciones psicológicas pero siempre dentro unas normas, claro: las de los cuerdos. Es como visitar una laguna, la rana es la rana y al lado puede haber una tortuga, o un lagarto o un conejo bebiendo a la orilla del río, todos interactúan dentro del mismo ecosistema y entienden que están ahí, pero que no son iguales entre ellos. Yo estaré contigo y me relacionaré mientras no te metas en mi terreno o me toques las narices. Yo tengo mi problema y tú tienes el tuyo así que aguantemos,,,Por una parte esto resulta así,, pero otras veces salta la chispa. Ocurre de todo, como fuera de aquellos muros.

Volviendo a Lewis Carroll, aquellos momentos me recordaron a su libro “Alicia a través del espejo”. Esa habilidad suya como matemático le dio el campo de visión para superponer planos de realidades, y personajes dentro de ellos, casi como espacios en 3D. ¿Dónde está la auténtica realidad? ¿Existe la realidad absoluta? ¿Existe la cordura? ¿Podemos estar seguros que disponemos de ella? ¿Quién lo decide? ¿Cuál de los dos lados del espejo (realidades) es el bueno? No creo que nadie esté capacitado para responder esas preguntas. Aquellas personitas estaban seguros de que fuera de aquellos muros no eran felices, que sus daños estaban causados por “los cuerdos” y que al otro lado del espejo en el mundo de “la normalidad” ellos eran infelices. Una sociedad imperfecta, que tras atacarlos y destrozar sus vidas, los juzga, ridiculiza, excluye, margina. Miles de cristales y astillas de espejos rotos, en algunos con menos de 20 años, causados por lo que llamamos “el mundo real”. Todos habían buscado una salida, aunque no siempre la correcta: drogas, suicidio, rebeldía agresiva, etc. Y como consecuencia sobreviene lo que los profesionales se empeñan en llamar: demencia. No fue esa mi impresión al tratarlos. Eran sensibles, soñadores, cargados de afectos, ocurrentes y divertidos y muy inteligentes la mayoría. Las causas de cada uno eran diversas. Malos tratos, vejaciones, desarraigo, perdida de algún ser querido, abandono, familias desestructuradas. Mujeres y hombres de cualquier edad. La mayoría habían olvidado el mundo exterior, aunque algunos pasaban fuera el fin de semana, creo que donde realmente eran libres eran allí.

En seguida se ganaron mi corazón y mi simpatía. A ellas las ayudaba a ponerse bonitas, arregladas, maquilladas y bien peinaditas para la hora de las terapias en grupo, teníamos grandes conversaciones he intentaba entender algunas de sus “manías” no dándome por aludida sino viéndolo con naturalidad y nunca obligando a cambiar por sistema su orden de cosas. Ellos eran mucho menos tímidos, conversaban abiertamente de lo que les parecía, me contaban sus vidas, sus circunstancias y bromeaban con cualquier cosa, eran alegres y extrovertidos y montaban un show cuando menos se esperaba, pero nada que no se pudiera controlar, decían libremente lo que sus mentes les dictaba para la ocasión, no fingían, ni medían sus actos con el rasero de la ética y la moral, simplemente actuaban tal cual. Era como estar viendo un gran espectáculo de teatro todo el tiempo y que de repente alguien te integre en el escenario y tengas que improvisar. Los más ancianos prácticamente no hablaban pero les acompañaba en sus torpes paseos mientras la que lo hablaba todo era yo, a veces me sorprendían con una frase que yo quería entender, así que les sonreía, los abrazaba fuertemente y me lo devolvían multiplicado por cuatro.

Es cierto, me sentí Alicia durante un mes que duró mi incursión en ese servicio, justo lo que duraron las vacaciones del fijo,,, qué envidia le tengo por tener esos 34 amigos tan excepcionales.

Haber estado con ellos ha sido una de las experiencias más lindas y gratificantes que he tenido en mi vida. Pero no dejo de pensar en los planos superpuestos de Lewis, en la irónica sabiduría con la que impregnaba a sus personajes en los que no se sabe si el “cuerdo es el demente” o el que parece “absurdo y desquiciado” es quien tiene mayor conocimiento y sensibilidad. Dibujando a una sociedad que como la de hoy esta plagada de errores e hipocresía de los límites de la cordura, de los reflejos en el espejo: hoy estamos a este lado y mañana,,,,

Por CamasDigital

DIARIO PROGRESISTA DE CAMAS (SEVILLA)

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