« El agradecimiento es la memoria del corazón » Lao-Tsé (570-490)

« La gratitud, como ciertas flores, no se da en la altura y mejor reverdece en la tierra buena de los humildes »
José Martí (1853-1895)

El agradecimiento tal vez sea uno de los sentimientos más nobles y humildes del ser humano. Agradecer es en realidad un acto de reconocimiento, de bondad y cariño que está mucho más allá que el simple acto de compensar, devolver o intercambiar el bien recibido.

En una sociedad en la que todo se ha mercantilizado, en la que todo se compra y se vende sometiéndose al imperio del valor fijado por la oferta y la demanda, gratuidad y gratitud no son precisamente cualidades que estén muy extendidas. De alguna manera hemos interiorizado que todo debe pagarse, que todo es un juego de ganancias y pérdidas, que toda acción humana que nos beneficia lleva implícita una carga hipotecaria que más tarde o más temprano debemos saldar.

De esta forma todo se vuelve valor de cambio, todo lo que de alguna manera ofrecemos o damos nace implícitamente cargado de una especie de mecanismo de ida y vuelta por el que esperamos se nos restituya el supuesto bien que hemos regalado. El agradecimiento lo hemos convertido en el pago o la retribución a que sometemos nuestra mal entendida generosidad que se presenta siempre condicionada por expectativas de ser considerado bueno, virtuoso y reconocido por encima y a una altura superior del beneficiario. Es como una feria de humillaciones y vanidades, que por un lado rebaja la dignidad y denigra al que recibe, al mismo tiempo que ensalza y eleva la autoestima y la consideración de quien dona. Todo se reduce a negocio, ya sea de personalidades, sentimientos o autoestima, a negocio de cualidades y supuestas virtudes que se utilizan para la retribución de nuestro ego.

A su vez, todo lo que nos regalan se transforma en deuda, no en alegría por lo recibido, sino en incordio motivado por la necesidad de mostrar agradecimiento de la forma más espléndida y superior, de forma que la supuesta gratitud que se expresa se transforma en un acto soberbia y vanidad. Cuando al recibir una alabanza, un regalo, un presente, una invitación o simplemente un gesto amable, e intentamos por todos los medios devolver ansiosamente lo recibido procurando mostrarnos superiores en la restitución de lo recibido, no es agradecimiento lo que expresamos sino una burda soberbia que alimenta un ego que desea dominar por encima de todo.

Si todo es compra-venta, si todo es mercancía, acabamos por perder el valor de lo gratuito, lo incondicional y lo amoroso. Si extraemos del dar o la donación, el valor de la gratuidad y la incondicionalidad perdemos al mismo tiempo la felicidad intrínseca que procede del original, espontáneo y creador acto de donación, acto que abre siempre caminos insospechados y desconocidos de afecto, cariño y amor que por su propia naturaleza son caminos libres, abiertos, no retributivos además de que no pueden reducirse ni recorrerse ni en una sola dirección, ni en un único sentido.

Si todo es mercado, todo termina entonces por presentársenos como un gran teatro de máscaras, en el que no solamente desconocemos quién es quién, sino que además vivimos y convivimos a base de cotizaciones de bolsa, es decir, continuamente desequilibrados y desorientados por fuerzas que escapan a nuestro control.

Si la acción de recibir siempre está mediada por el valor comercial, por el acto del intercambio, nada se recibe ya con sorpresa, con bendición y con alegría, con lo que nuestra capacidad de engullir y consumir termina por hacerse insaciable no existiendo ya nada que nos pueda sorprender dado que supuestamente creemos que todo tiene un precio.

Pues no, no todo tiene un precio y precisamente las cosas y acciones que no tienen precio y no pueden reducirse a mercancía, son las infinitamente valiosas y de las que recibimos los mayores bienes para nuestra salud, nuestra felicidad y nuestra vida. A pesar de que, las relaciones mercantiles han penetrado y atravesado el corazón mismo de la convivencia social, siempre existen infinitas posibilidades de re-conocimiento y re-creación de aquellos valores esenciales de la condición humana que no pueden ser sometidos a cotización. Amor, ternura, comprensión, cariño, compasión, reconocimiento, compañía, solidaridad, alegría, paz interior, perdón y un sinfín de cualidades que nacen y crecen en el corazón humano, no pueden comprarse ni venderse y para adquirir esta conciencia necesariamente tenemos que recorrer el camino del agradecimiento, único camino para comprender el regalo de la vida, la naturaleza, el universo y el amor incondicional que hemos recibido en toda nuestra vida que siempre es alumbrado, iniciado y mantenido por nuestras madres.

De cualquier manera, tomar conciencia de que somos portadores, realizadores y gozadores del gran milagro de la vida tal vez sea el primer paso para comprender que hasta la brisa más sutil de aire puede convertirse en el más valioso de los regalos. De este modo, aprender a agradecer incondicionalmente todo lo que tenemos a nuestra disposición, incluyendo también el difícil trago de las frustraciones, del dolor o del sufrimiento, se convierte en un camino transcendente para reconocernos como los seres más privilegiados y milagrosos del universo.

Hoy tanto, la psiquiatría como la psicología han descubierto y especialmente la neuropsicología y la psicoinmunología que aquella cita de Juvenal de finales del Siglo I de nuestra era de “Mens sana in corpore sano” es mas cierta que nunca. Y es que el equilibrio de la salud, que es más bien un proceso y no un producto, no es algo que funcione a partir de la dualidad mente-cuerpo, sino por el contrario a partir de las complejas relaciones ecosistémicas y de interdependencia de cada individuo consigo mismo y con su medio ambiente.

Pensamientos y sentimientos positivos; identificación, superación y/o transformación de emociones negativas; adecuado control de impulsos; conciencia de los propios sentimientos; diferenciación entre lo activo y lo reactivo, etc… son pues procesos psicológicos que ayudan y estimulan la salud integral, procesos entre los que se encuentra sin duda el acto, la acción y la actitud de agradecimiento por lo que somos, hacemos e incondicionalmente recibimos.

Hacer simplemente una parada para visualizar todas aquellas cosas de las que disponemos, todo aquello que hemos recibido totalmente gratis o mejor aún, pensar y sentir muy cerca de nosotros aquellas personas que nos han dado tanto o que nos han amado incondicionalmente, es sin duda un excelente ejercicio para sentirnos contentos, alegres, serenos y en camino de conquistar una estable y profunda paz interior.

De la misma forma que ningún ser humano puede vivir sin estar enamorado, ya sea de una persona o varias, de un trabajo, una vocación, una causa o de la naturaleza entera, ningún ser humano puede tampoco llegar a ser plenamente humano si no es agradecido. Tenemos pues que dar gracias, aunque sin llegar a ser esclavos hipotecando nuestra dignidad y autonomía, como nos recuerda Nietzsche. Tenemos que dar gracias a quien sea o a lo que sea, a nosotros mismos, a nuestros seres queridos, al dios o diosa en el que crea cada uno o al universo entero, porque el camino de la gratitud es también el camino del reconocimiento del otro como legítimo de otro y por tanto el camino que nos conduce al amor incondicional.

Regalar una nota de agradecimiento, ofrecer una mirada de asentimiento, dibujar una sonrisa en nuestros labios, mirarse fijamente a los ojos, o dar un cálido abrazo o un sencillo beso son sin duda acciones que nos transforman porque estamos re-conociendo en el otro semillas divinas o valores que no pueden en ningún caso cotizar en el mercado de la personalidad o de las relaciones humanas. Agradecer no es pues un acto de esclavitud ni de dependencia, sino más bien un acto de donación incondicional y reconocimiento de que no somos nada sin el otro que nos mira, nos escucha o nos acoge.

Por todo esto, toda meditación o visualización que realicemos de forma consciente y deliberada para dar “Gracias a la Vida” será siempre un excelente bálsamo curativo, no sólo para nuestros dolores y sufrimientos, sino especialmente para el aprendizaje de la serenidad, la paz interior y el amor, cualidades y/o valores sin los que no nos es posible llegar a ser plenamente humanos.

Por CamasDigital

DIARIO PROGRESISTA DE CAMAS (SEVILLA)