La sociedad, cuando avanza lo hace a empujones, de semejante forma retrocede en no pocas ocasiones. El 28 de junio de 1969 se produjo un hecho que la historia se encargó de atesorar. A partir de ese día las mentes de progreso conmemoran que gays, lesbianas, transexuales y bisexuales reivindican su necesidad a ser tratado/as como personas, sin que por ello tengan que avergonzarse, o tengan que ser discriminado/as en cualquiera de sus derechos como seres humanos.

En unos días voy a oficiar, en calidad de concejal, mi primera boda entre personas del mismo sexo: dos hombres en este caso. Es para mí un honor y un privilegio el aportar mi pequeña contribución a hacer un mundo más dotado de igualdad, respeto, sensibilidad y reconocimiento ante la diferencia y la diversidad. Y todo en un contexto en el que avanza de manera alarmante la xenofobia, la alienación y la discriminación. Sectores retrógrados de la sociedad se hacen fuertes amparados por una mayoría silenciosa que calla o mira hacia otro lado cuando se sienten seguros en su condición de lo común. Actitudes que recuerdan con funestas maneras los comportamientos de otros momentos de nuestra historia, la que no debemos olvidar bajo ningún concepto, para que -como asegura el aforismo- en su recuerdo se inocule la más poderosa de las vacunas que evite que vuelva a ser vivida.

Me estremece oír en los medios de comunicación alegatos irrepetibles que etiquetan de enfermos a aquellos que se definen atraídos por personas del mismo sexo, que se encuentran incómodos en el envase que la naturaleza les otorgó al ser concebidos o que optan por mantener relaciones sexuales y/o afectivas con personas de ambos sexos. Aquellos que se pronuncian de estas patológicas maneras atentan de manera brutal contra principios básicos de la decencia humana, apelando a confusas creencias amparadas por la ignorancia, la maldad y la más incomprensible de las conductas. Las relaciones sexuales y afectivas no pueden ser encorsetadas por conceptos decimonónicos, amparados por religiones mal asumidas y por prejuicios colectivos e individuales.

Sigue siendo necesario conmemorar el día del orgullo gay y debe serlo, a mi entender, para afianzar principios elementales de convivencia, de buen ser y buen estar, de maneras de futuro. Sólo entendiendo al diferente lo haremos igual a nosotros. Sólo así tendremos un futuro posible.

No vale con mirar a otro lado cuando se discrimina al gay, a la lesbiana, al bisexual o al transexual; no vale con apretar los dientes y pedir que no le toque a mi hermana o a mi hijo ser diferente al hetero que yo soy, no vale no pedir a las instituciones y a los que nos gobiernan que no atiendan su obligación de tratar a las ciudadanas y ciudadanos en forma no discriminatoria.

Tenemos el deber de ser hijos de nuestro tiempo. Empezado ya el siglo XXI ya es hora de avanzar sin empujones, al menos en esto.

Por CamasDigital

DIARIO PROGRESISTA DE CAMAS (SEVILLA)