Sin embargo, este nivel de bienestar no se ha conseguido gratis. En buena medida se ha sustentado en un consumo de energía muy elevado con un inevitable coste ambiental. La energía que estamos empleando para el transporte o la vida diaria está basada en el consumo de recursos no renovables, de difícil o imposible reposición. Así, aquella que consumimos en forma de electricidad en nuestras calles, casas o negocios procede bien del empleo de combustibles fósiles (petróleo, carbón y gas natural) o bien desde la energía hidráulica. La nuclear, las renovables o las provenientes de la transformación de residuos acaban de completar el escenario energético.
![]() ![]() Ante la urgencia de actuar rápido para prevenir los efectos del calentamiento global (antes de los próximos 15 años según el último informe del IPCC) resulta una clara falacia la opción de esta energía, pues es sabido que la puesta en marcha de una central nuclear requiere entre 8 y 10 años. Simplemente, aunque la eligiéramos, no hay tiempo. Obstaculizando, como efecto secundario pernicioso, el desarrollo en la implantación de las renovables en el panorama eléctrico. Después de todo esto hay un argumento más a favor de lo No Nuclear, la puramente pedagógica. Educar en el cambio de modelo de consumo de recursos naturales implica insistir en el hecho de que la opción no es seguir consumiendo energía de manera ciega, sino que más bien debe hacerse teniendo en cuenta el hecho de que los recursos son finitos y que la responsabilidad debe ir de la mano de la austeridad y del convencimiento de que el futuro de nuestra sociedad tendrá que dirigirse hacia el consumo responsable. Acudir a la energía nuclear como sustituto para seguir consumiendo energía de manera irresponsable es, sin más, un error. Por si fuera poco, el asumir para España la opción nuclear incrementaría hasta el máximo nuestra dependencia energética con el exterior, ya que el uranio tendría que ser importado en su totalidad. Esto contribuiría aún más a mermar la disponibilidad de un recurso natural escaso por definición, se estima que queda de este combustible, al ritmo de consumo actual, para sólo unas pocas décadas. Si el consumo se incrementara, los plazos serían aún más exiguos. Llegados a un determinado extremo de abuso en el despilfarro energético y menosprecio de las reglas del juego de los sistemas naturales, nuestra actitud, como individuos y como sociedad, está condenada a cambiar. Es una actitud peligrosa, por no decir suicida. De manos de actos irresponsables hemos tratado al planeta como si éste fuera un pequeño animal en manos de unos niños malcriados, sin que entendieran que el objeto de sus juegos no era de su propiedad, que tenía sus propios derechos, que era sensible, y que llegados a un determinado extremo no tenía repuesto. Estamos cumpliendo con creces el mandato bíblico que aparece en el libro del Génesis de «Procread y multiplicaos…, sometedla (a la Tierra) y dominad sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre los ganados y sobre todo cuanto vive y se mueve sobre la tierra». Es sugerente pensar que de interiorizar en el subconsciente colectivo esta máxima procede en buena medida nuestra asimétrica relación para con lo natural. Sin embargo, las crisis —cualquier tipo de crisis— pueden ser entendidas como procesos y momentos en los que se pueden reconducir situaciones inadecuadas, incómodas o negativas en situaciones adecuadas, cómodas y positivas. En el momento presente asistimos a una crisis financiera, pero también social y, no cabe duda, que ambiental. En este complicado marco, el ahorro energético cobra un especial significado. Ahorrar recursos y ahorrar energía parece, pues, una buena fórmula para conseguir solventar una situación de cambio —excelente sinónimo de crisis— en el ámbito de lo ambiental y de lo económico. Si bien no existen fórmulas mágicas, sí existen líneas maestras. La senda, pues, debe marcarse en el sentido del ahorro, la eficiencia energética y la implantación progresiva de las energías renovables. Basar el sistema eléctrico español en energías renovables es técnicamente posible, así lo demuestran numerosos análisis y estudios. En esta senda las modalidades como la eólica (terrestre o marina), la termosolar, la basada en el oleaje marino, la procedente de la biomasa, la geotérmica o la fotovoltaica tienen mucho que aportar a nuestro suministro eléctrico. El no emitir gases de efecto invernadero es su gran aval, y nuestra responsabilidad como sociedad es asumir el reto de que ello es posible. Me gustaría terminar haciendo trampas, acudiendo a una frase de una de las personas más inteligentes que nuestra especie parece haber producido. Es un pensamiento de Albert Einstein, el cual dijo: “No podemos resolver problemas pensando de la misma manera que cuando los creamos”. La frase resume de manera clara el dilema en el que nos encontramos como civilización, si no cambiamos los esquemas conceptuales a la hora de enfrentarnos a nuestra relación con los sistemas naturales, si no interiorizamos nuestro papel como especie en él, si no asumimos las nuevas realidades de un mundo en efervescencia comunicativa y social, si no entendemos que las soluciones a los problemas deben venir de los que los generamos y que debe hacerse reinventándonos, entonces corremos el riesgo de que se cumpla la terrible sentencia de considerar a la incertidumbre como el mayor de nuestros males hasta que la realidad nos demuestre lo contrario. Francisco Carrascal Moreno |