Para la nueva economía de la mal llamada «sociedad del conocimiento» (todo conocimiento inhumano no puede ser considerado como auténtico y verdadero conocimiento) lo fundamental es garantizar el pleno y libre desenvolvimiento de las fuerzas anónimas del mercado.

El dogma central de esta nueva economía de la especulación financiera y del pelotazo de burbujas, contratos blindados e inyecciones de rescate con el dinero del pueblo, el asunto transcendental no consiste en poner la ciencia económica y los beneficios al servicio de las personas, sino en todo lo contrario, subordinar y esclavizar a las personas y a la Naturaleza entera a los beneficios económicos. Para este aparentemente nuevo modelo económico, porque en realidad es el más viejo de todos, será el mercado el que con su “mano invisible” reajustará las disfunciones y los costos sociales.

Para estos nuevos economistas y políticos conservadores disfrazados de discursos de izquierda, herederos y discípulos de Milton Friedman y sus «Chicago boys» lo verdaderamente importante es eliminar a toda costa cualquier cortapisa que pueda disminuir las ganancias y controlar el para ellos sacrosanto libre ejercicio de la iniciativa privada. No se aceptan pues los costos derivados de las medidas protectoras y los derechos laborales de los trabajadores, abogándose por la disminu­ción progresiva del sector público, por la privatización y la liberalización total y en general por todo lo que suponga eliminación de cualquier tipo de carga impositiva, compensadora, redistributiva o reequlibradora de los extraordinarios beneficios que las instuciones financieras y las grandes empresas continuan acumulando desde que la burguesía industrial y financiera comenzara a conquistar la hegemonía en el lejano siglo XVIII.

 

Aquel viejo Estado de la sociedad industrial de nuestros padres que garantizaba la presencia de un sector público compensador de los desequilibrios y desajustes que originaba el sistema de libre mercado y que permitía con mayor eficacia y seguridad el ejercicio de los derechos sociales de los trabajadores ha iniciado de forma acelerada su destrucción.

 

Nuestros gobernantes sean del partido que sean no son más que los gestores vergonzantes de aquellos espacios que les deja el auténtico gobierno, el gobierno antidemocrático, ilegitimo y anónimo de la economía financiera mundial, con lo cual no solo está despareciendo en “Estado del Bienestar” sino que se está produciendo y universalizando un auténtico déficit democrático en todos los niveles.

Si la democracia necesita de diversidad y participación, de confrontación de ideas y de diálogo, de libertad y de igualdad, no hace falta ser un atento observador para darse cuenta de que nuestra situación es deficitaria y patológica. La diversidad está siendo sustituida por la homogeneidad del pensamiento único y la participación por la conformidad, la dominación y la pasividad de los valores del consumo y de obediencia ciega a los vergonzantes políticos de turno. Al mismo tiempo la participación y el diálogo, han terminado por convertirse en la expresión de ceremonias electorales vacías de contenido, que controladas por el poder financiero que subvenciona las costosísimas campañas electorales y publicitarias, exigen de la ciudadanía cada vez mayores y más frecuentes cheques en blanco y mayores cuotas de delegación del poder personal.

No sólo existen insuficiencias democráticas como consecuencia del imparable dominio de las multinacionales y del poder financiero nacional e internacional que ahoga las posibilidades gubernamentales de garantizar el bienestar social, sino también como efecto del modo en que los problemas se afrontan. Bajo la excusa de que la participación ciudadana es imposible en lo que se refiere a grandes decisiones, o de que la complejidad de los problemas es tal que los ciudadanos no tienen la posibilidad de hacer oír su voz, el divorcio entre los que piensan y ejecutan, entre los que deciden y los afectados es también cada vez mayor. Bajo la bandera de la eficacia, de la especialización o del pragmatismo, todo tiende a presentarse vaciado del componente humano y decisional, todo tiende a despolitizarse dejando las decisiones en manos de los técnicos, los expertos, o los responsables de la mercadotecnia electoral o los «piquitos de oro» de turno: despolitización de la política que se traduce en independencia, autonomía y privatización de una administración pública tremendamente burocratizada y alejada de sus usuarios. La democracia pues, se ha convertido en su contrario: la dictadura de la economía, del beneficio indivicual, de la corrupción, la mediocridad, el cortoplacismo y esas fuerzas oscuras y opacas de los mercados financieros.

Pero el proceso de putrefacción y desdemocratización de las mal llamadas democracias representativas no se termina aquí. El conocimiento al hacerse cada vez más superespecializado ha traído consigo crecientes dificultades para que los ciudadanos tengamos una visión global de los problemas que nos permita comprenderlos y valorar con mayor objetividad las propuestas de solución que se nos ofrecen. Si el conocimiento únicamente es accesible por los especialistas o aquellas personas que pueden efectivamente invertir en recursos y tiempo para su propia formación, paradójicamente se nos está volviendo cada vez más oscuro y esotérico. Pero además, el conocimiento se ha vuelto también cada vez más opaco e inaccesible, en cuanto que está en manos de entidades privadas, anónimas y también estatales que son las que manejan los hilos del destino de millones de personas. Cuanto más técnica y especializada se vuelve la política, menos democrática se hace, hurtándole al ciudadano sus derechos y posibilidades de información y decisión. ¿Qué sentido tiene entonces la participación? ¿Qué valor tiene el voto ciudadano? ¿Para que ir al mercado de siglas y colorines?

De este modo, no es nada extraño que los procesos de abstención, apatía, desencanto, y en general todas las patologías psicosociales derivadas del individualismo hagan su aparición en todos los escenarios. Lo que de solidaridad, cooperación y corresponsabilidad tiene la participación en los asuntos públicos, se nos presenta ahora transformado en disfraces de simples actos de adhesión que se presentan como deberes incuestionables y únicos posibles, de tal forma que cualquier tipo de disidencia, será considerada como marginal, anticuada, fuera de la realidad o antisistema. Es el reino de la uniformidad y de la mediocridad, del posibilismo y del burocratismo, de la rutina y de la conformidad.

Paradójicamente, nuestras democracias y sus instituciones se hacen cada vez más autoritarias y más dadas a la orgía llámese fútbol, celebraciones o fiestas berlusconianas; se hacen cada vez más opacas al control de la ciudadanía, al mismo tiempo que más propagandísticas y adormecedoras del pensamiento. Nuestras instituciones políticas, educativas, sanitarias, judiciales o de cualquier otro tipo, aun estando dotadas de mecanismos que garantizan la participación formal, en la práctica, sus decisiones aparecen oscuras, rutinarias, burocráticas y a la postre, es el poder de los técnicos y los expertos el que en última instancia toma las decisiones, poder técnico y especializado.

Ni la Economía, ni las Instituciones Políticas, ya sean locales, autonómicas o estatales, ni la Educación, ni la Sanidad son gestionadas y controladas por la ciudadanía, sino que más bien son instituciones que sostenidas, por el momento, con cada vez menos fondos públicos, son manejadas por los mandarinatos de las sociedades burocráticas: la denominada «clase política», que más que una «clase», es en realidad una «casta» hereditaria y clientelar que ha dimitido de la más honrosa misión de lo político: hacer posible en la práctica la garantía de los Derechos Humanos Universales. Dicho en palabras Morín:

« Los ciudadanos son rechazados de los asuntos políticos, que son cada vez más acaparados por los “expertos” y la dominación de la “nueva clase” impide en realidad la democratización del conocimiento.  De esta manera la reducción de lo político a lo técnico y a lo económico, la reducción de lo económico al crecimiento, la pérdida de los referentes y de los horizontes, todo ello produce debilitamiento del civismo; escape y refugio en la vida privada; alteración entre apatía y revoluciones violentas; así a pesar de que se mantengan las instituciones democráticas, la vida democrática se debilita»

Estas son, entre muchas otras, algunas razones por las cuales somos muchos los que creemos que efectivamente «Lo llaman democracia y no lo es». Sin embargo, la solución, las transformaciones no vendrán ni del cielo, ni de la abstención, ni de la coformidad, sino de pasos firmes y concretos dirigidos a la profundización de «lo político» como transformación social indisoluble de nuestra propia transformación interior. Hace falta pues más política, pero de otra naturaleza, de otro carácter, con otros tejidos, con otras herramientas, pero hacen falta también otros políticos, menos partidarios, más valientes, más sinceros, más honestos, más provisionales, más dispuestos en suma a dejarse la piel para conseguir mayores y mejores cotas de bienestar y bienser para todos/as y en especial para los más desprotegidos.

 

Camas (Sevilla) a 6 de octubre de 2011

Juan Miguel Batalloso Navas

 

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Por CamasDigital

DIARIO PROGRESISTA DE CAMAS (SEVILLA)

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