Aquí empezó todo para mí, bueno en realidad empezó en un pueblecito de Huesca, en Roda de Isábena que fue el sitio donde me concibieron mis atareados padres, y digo atareados porque yo soy la quinta de cinco hermanos, pero la primera luz la vi en Torreperogil, un pueblecito de Jaén.
El invierno en mi pueblo era crudo, muy frio, extremadamente frio por su situación geográfica en las estribaciones de la Sierra de Cazorla, nevaba y hacia un frio que congelaba el agua de lluvia que caía de los tejados, colgaban de las tejas los carámbanos congelados, y mis hermanos cuando íbamos camino de la escuela los partían de las casas con los tejados mas bajos y me daban un carámbano para chuparlo.Los sabañones en las manos y las orejas eran el pan nuestro de cada día, y como picaban los condenados, y más cuando metíamos las manos en la nieve para hacer bolas y tirárselas al pobre que fuera nuestro objetivo, al calentarse después del frio de la nieve picaban insufriblemente.Mi calle era ligeramente empinada y el camino para el mercado de abastos, por lo cual a media mañana la nieve se había convertido en una sucia placa de hielo, un día al venir del colegio mi madre se cayó y se rompió una pierna, seguro que eso la fastidio un poco, pero mirándolo bien le sirvió para descansar un poco de la guerra que llevaba la pobre, el colegio, la casa, los niños, la costura, el punto, eso sí, punto hizo todo el del mundo, de aquella caída sacamos cada uno un jersey estupendo y calentito, los de los tres niños eran de lana nueva, los de mi hermana y mío eran reciclados, o sea el resultados de deshacer otros chalecos viejos de mis hermanos, esa lana convenientemente mezclada con un ovillo nuevo de otro color daba como resultado unos chalecos “nuevos”, cosas de la posguerra tardía, allí no se tiraba nada, zapatos, ropa, lanas , telas, todo se aprovechaba, o como modernamente se dice, se reciclaba, yo por ejemplo reciclaba mucha ropa y zapatos de mi hermana, para eso era la pequeña.Mi padre ponía mucho énfasis el hombre en el tema alimenticio, así que por las mañanitas en invierno, antes de ir al colegio nos metía entre pecho y espalda un “ponche”, la cosa consistía en un huevo crudo batido con coñac y leche, íbamos al colegio alegres y calentitos, joder, y tan alegres con un pelotazo de coñac ya me dirás, en aquellos tiempos no había estos remilgos de ahora con el tema del alcohol, mi padre además nos daba a medio día, en primavera, un vasito de quina Santa Catalina para abrir del apetito, por si la astenia primaveral, cosa que nunca entendí porque comíamos bastante bien, afortunadamente ninguno hemos salido alcohólicos porque con esas bases no hubiera sido raro, pero el hombre lo hacía con la mejor intención.Lo mejor del invierno eran las vacaciones, la Navidad, los Reyes, todo el montaje que se lia en esas fiestas.
Mi hermano Paco montaba el Belén, pero un portal de categoría, con sus figuritas, su rio y su lago, sus montañas, su musgo, no le faltaba un perejil, el musgo íbamos a recogerlo a las eras, en las piedras de por allí crecía en abundancia, lo cogíamos con su tierra y todo, para que durase un mes más o menos, lo que duraba el Belén montado, yo no sé cómo lo hacía, pero el agua corría por aquel rio, el lago era un espejo redondo, y mis hermanos habían hecho el catillo de Herodes, las montañas y la decoración con cartones y papel. Mi padre compraba antes de Navidad, un mes o así, los mantecados, 50 kilos más o menos, una barbaridad, el caso es que un año, mis hermanos (como siempre) me mandaban a la alacena a coger mantecados, yo me los metía en las braguillas y salía cargada, pero claro, tanto va el cántaro a la fuente que al final mi madre me dijo, pero a ver ¿qué haces entrando y saliendo tanto en la alacena?, a lo que creo que le conteste algo así como “uses pa la chiquitita”. Y llegaban los Reyes, madre mía, todos los años había libros para todos, de Julio Verne, de Emilio Salgari, guantes, caramelos, todos, pero todos los años los 50 juegos reunidos, un año me acuerdo que trajeron una cámara de cine, la dejaron en la ventana del cuarto de baño, y todos los años me dejaban también carbón, ese era mi hermano Paco, un año en vez de carbón me dejaron una bombona de camping gas, cosas de la modernidad y de las bromas de mi hermano. Un año, mi hermano Paco se puso malo a mediados de Diciembre, parecía una gripe, pero la cosa fue a mas, a mis hermanos y a mí nos llevaron a casa de mi tío en Baeza, fue una Navidad muy rara, en casa de mi tío intentaban que no notásemos nada, pero mi hermano tenía una meningitis y murió un cuatro de Enero, cuando el día seis vinieron mis padres a por las niñas, las más pequeñas, (los niños se fueron el día cinco para el entierro), traían los Reyes para nosotras, los juegos reunidos geyper, yo no sé cómo, pero sabía que mi hermano había muerto, mi hermano preferido, el que siempre cuidaba de mi, desde entonces odio los juegos reunidos y la Navidad. |
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La etapa de mi vida desde mi nacimiento hasta la muerte de mi hermano Paco fue increíblemente feliz, supongo que a pesar de ser muy pequeña porque eso ocurrió a mis siete años, pasarían cosas malas y feas, pero no las recuerdo. Al volver la vista atrás siempre me invade esa sensación cálida y amable que me encanta, creo que a todos los que han tenido una infancia más o menos feliz les ocurrirá lo mismo, crecer entre un buen numero de hermanos y con unos padres preocupados por nosotros, siempre pendientes de que no nos pasara ni nos faltara nada es motivo para tener buenos recuerdos. Llegó el momento del éxodo, éramos ya muy mayores para seguir estudiando en mi pueblo, mi padre quería sobre todas las cosas que todos estudiáramos y si fuera posible nos hiciéramos funcionarios, como así fue, ante la imposibilidad de mandarnos a todos a estudiar fuera, como ya estaban mi hermano mayor en Sevilla haciendo Magisterio, y el tercero interno en un colegio privado de frailes en Úbeda para hacer el bachillerato superior, y después del tremendo esfuerzo económico que supuso para ellos la enfermedad de Paco, en aquellos tiempos no había seguridad social, los hospitales no estaban a la vuelta de la esquina, los antibióticos eran carísimos, los analistas, especialistas y todo lo necesario para tratarlo, vinieron a mi casa, supongo que aquello fue un golpe económico importante, como decía, entre la situación económica, la edad de mis hermanos de estudiar ya ciclos superiores y la insuperable tristeza que invadía a mis padres viviendo en la casa donde murió su hijo, tomaron la decisión y pidieron el traslado a Camas, un pueblo del cinturón industrial de Sevilla. Recuerdo perfectamente a los vecinos despidiéndonos, el Taxi de Blas Poyatos en la puerta, la familia de Chiles, María, Simona, Chelo, y Chiles mismo, Los Bellotos, la familia de Don José Giner, su mujer Doña Pepita, Matildita y su hermano Jóse, Doña Ana y sus hijos, Paqui la de Labiogordo mi amiga, y su familia, el señor Ángel Rueda, su mujer la señora Carmen, Angelita y Pepito y tantos otros, deseándonos parabienes y esperando vernos pronto de visita por allí. Así emprendimos el camino de nuestra nueva vida, dejando allí parte de nuestra existencia y enfrentándonos a un cambio descomunal en nuestro estilo de vida, pueblerino y sano en todos los aspectos. Recuerdo nítidamente el camino de salida de mi pueblo hacia Úbeda, una carretera secundaria, llena de arboles a los dos lados, se juntaban y hacían una especie de bóveda verde, precisamente ese camino era el que tomábamos para hacer excursiones con el cura Don José, cuando las niñas del pueblo nos preparábamos para la primera comunión, nos llevaba por esa carreta a San Bartolomé los Sábados por la mañana a pasar allí un rato, comernos un bocadillo y preguntarnos cosas del catecismo del tipo de: ¿Eres cristiano? A lo que contestábamos, ¡soy cristiano por la gracia de Dios! ¿Qué significa ser cristiano? Ser cristiano es ser discípulo de Cristo Obsérvese que todo se expresaba en masculino, fuera niño o niña quien contestase, que por cierto allí no había ningún niño, porque la educación no era mixta, todo se expresaba en masculino, nos educaron en una sociedad machista y con un lenguaje sexista expreso. Recuerdo que Don José, el cura, me dio una estampita de la Virgen de la Misericordia, patrona de mi pueblo ,el día de la Inmaculada, en la que puso una dedicatoria que rezaba así “A Inmaculada en el día de su santo para que sea fiel espejo de la Virgen”, ojú, lo tenía claro el hombre. Pues por aquel camino, y pensando yo que ya no iría mas de excursión a San Bartolomé, partimos en un día claro y caluroso de Agosto rumbo a nuestra nueva vida. Doce horas de viaje, paradas técnicas y de avituallamiento incluidas, llegamos a Sevilla, a la calle Virgen de la Cinta del barrio de Los Remedios, el barrio más pijo de la capital en aquellos momentos, en el que mi padre había alquilado un mes antes en un viaje relámpago para buscar un sitio donde vivir, un piso primero con ascensor, cocina súper moderna y baño con bañera y bidet , de azulejos verdes hasta el techo, todo un lujazo, a lo mejor para mis hermanos y mis padres aquello no supuso una novedad, para mi hermana y para mi aquello era increíble. Increíblemente la comida no estaba en la alacena, ni había que ir a comprar algunas cosas a la tienda de Alfonsete, vimos con sorpresa que la comida se compraba en un moderno supermercado donde tú mismo te servías de las estanterías aquello que querías comprar, increíblemente también las cosas no tenían el mismo sabor, ¡qué asco!, el aceite no era como el del molino de mi pueblo, este sabia a ¿petróleo?, los dulces no eran como los de mi madre, sabían a jabón, la fruta estaba como verde, no era jugosa y dulce, el chorizo, ay, no era nada parecido al que hacían en casa, era Chorizo Revilla y según decían en el anuncio de la tele tenía un sabor de maravilla, pero que va, eso no era más que un duro trozo de plástico. Mi madre las paso moradas para hacernos comer a mi hermana y a mí, pero al final nos acabamos acostumbrando, así es la ley de la supervivencia y así comenzó nuestra nueva etapa.
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